martes, 29 de mayo de 2018
domingo, 20 de mayo de 2018
Teorías del Aprendizaje, desde el cuento : Aprendiendo a ser corazón, escrito por : Wuilson E. Martínez B. estudiante de Lengua y Literatura, sección 701 UPEL-IPMAR
REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA
UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA EXPERIMENTAL LIBERTADORINSTITUTO PEDAGÓGICO “RAFAEL ALBERTO ESCOBAR LARA”
CÁTEDRA: PSICOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN
UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA EXPERIMENTAL LIBERTADORINSTITUTO PEDAGÓGICO “RAFAEL ALBERTO ESCOBAR LARA”
CÁTEDRA: PSICOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN
Aprendiendo
a ser corazón.
En
un remoto pueblo desconocido hubo una vez un cerebro que aprendió a ser
corazón. La historia dicta así:
Ricardo,
el único hijo del carpintero de aquel pueblo, soñaba con visitar la luna. Creía
en los sueños como muchos creen, pero no conservaba esperanzas, no las
necesitaba porque nunca había pasado por una decepción, aún no había perdido
los atisbos del sueño principal que la realidad te arranca cuando los refuta.
Todo comenzó, cuando por casualidad, gracias a uno de sus amigos cercanos, cayó
en las palmas de éste, un libro de Julio Verne titulado De la terre a la lune
(de la tierra a la luna en el español). Aquel libro constituyó para él más que
un ocio, pues lo había releído tantas veces que la palabra enésimo/a podía ser
fácilmente un adjetivo indefinido de muy poca envergadura. Lo cierto es que se
convirtió en un soñador. Soñaba con visitar los planetas y hablar idiomas,
porque aunque la pronunciación de su francés era pésima, sus ganas de hablarlo
cuando lo leía con fluidez no paraba de sorprenderlo. Fue así como se convirtió
en soñador.
Lo
leyó tantas veces que aquel, el hijo del carpintero, le nació en su alma un día
el don de la palabra. No se había olvidado de su sueño de viajar a la luna ,
pues si Julio Verne pudo hacerlo —¿Por qué yo no?, se decía —. Sin embargo,
resulta que la vida hace que a veces no puedas viajar, pues te cansa los pies
de tanto caminar, y te llena de tanto apetito que, cuando te das cuenta,
terminas volviéndote gordo y abandonando tus sueños. Mas éste no era el caso de
él. Sucedió que un día el don de la palabra lo sorprendió. El hijo del
carpintero que estudiaba Literatura en una universidad local fue un día después
de salir de clase a la biblioteca del pueblo para consultar algunos volúmenes
que eran de su interés. Para llegar a ella hay que atravesar un camino
semi-angosto, el paisaje es simple pero hermoso, a cada lado del camino hay un
conjunto de árboles y bancos. Resulta que mientras él iba caminando, pensando
en los volúmenes que retiraría de la biblioteca (si los encontraba), vio a
alguien que leía a lo lejos bajo la sombra de un árbol en uno de los bancos, no
obstante sólo la vio como quien mira a un transeúnte, sin fijarse mucho en él.
Mas cuando estaba pasando cerca del banquillo donde se encontraba la persona que
leía tranquilamente, por pura casualidad volteó para leer el título de la obra
que ella estaba leyendo. Para su sorpresa se trataba de su libro favorito que
con tanta memoria se sabía, inconscientemente decide hablarle a la chica
mientras iba de paso, por lo que se detuvo frente a ella:
—Conque
de La Tierra a La Luna, ¡eh!, ¿te gustan las obras de Julio Verne?. La chica ni
se inmutó, permanecía impertérrita y concentrada leyendo la obra del escritor
francés, no levantó la vista sino hasta que hubo sentido que de pronto de ella
se suscitara una respuesta. Fue así como se percató de que una figura estaba a
la espera de ella pidiéndole algo.
—Disculpe—,
dijo cuando levantó la vista, es que estoy tan concentrada que no sé qué me
preguntó.
Su
error fue verla, pues cuando la vio se olvidó hasta del personaje principal de
la novela. Aquella chica emanaba tanta paz y profesaba tanta tranquilidad y
ternura que su corazón no podía asimilar tal hecho, y en un período de tiempo
tan corto como el que dura una onda sonora en ser covertida en impulso nervioso
para convertirse en significado... Cayó rápidamente enamorado de ella.
—
¿Y?, ¿qué me preguntó?.—Le dijo mientras sonreía amablemente y hacía un gesto
interrogante abriendo los brazos. El chico se despabiló y terminó disculpándose
él por estar despistado.
—Disculpe
usted por interrumpir su lectura, yo también me he distraído, le preguntaba si
le gustaban las obras de Julio Verne. La chica puso un marca libros por la
página en la que iba y le respondió:
—No
me gustan, me encantan.
¿Por
qué Ricardo no respondía? ¿qué le sucedía?, ¿por qué el hablar con una
desconocida sobre su obra favorita lo volvía pusilánime?, ¿no había hablado
antes de la obra con sus amigos y con muchas personas de las cuales no
recordaba su rostro?, ¿que sucedía ahora? El chico, el hijo del carpintero, que
no encontró más nada que decir, no le quedó más remedio que excusarse y decir
que iba de paso. Aquella chica pensó “pero qué hombre más extraño, me
interrumpe para preguntarme algo y luego se va." Cuando la chica iba a
seguir leyendo, Ricardo se devuelve y le dice:
—Sé
que es una grosería de mi parte, pero, ¿siempre lee usted aquí?
—Casi
siempre, suelo venir aquí algunas veces en la tarde.
—¿Viene
usted mañana?
—Supongo.
—Sé
que le sonará un poco extraño, pero esa obra que está en sus manos es una de
mis obras favoritas, ¿le gustaría que mañana habláramos de ella?. Sé que es
grosero de mi parte perdirlo cuando no nos conocemos y ni siquiera me he
presentado. Me llamo Ricardo.
—Mucho
gusto, Ricardo. Soy Eliza.
Luego
de haberse conocido, Ricardo se despidió de ella y se separaron ni siquiera
esperó la respuesta de su pregunta. Éste no entendía por qué había actuado de
esa forma, creía que era una locura. Igual, sin saber por qué, no le importaba,
se sentía alegre (más de lo común) y albergaba esperanzas de que al día
siguiente ella estuviera y que no le creyera loco.
Fue
así como en su corazón nació un nuevo sentimiento, el sentimiento del amor.
Dentro de él, de Ricardo, sin embargo, su cerebro se hallaba molesto. Su
cerebro, que era frío, amargado y amante de la soledad, estaba que hervía de
ira a causa de su homólogo el corazón, decía: “¡Pero qué corazón tan estúpido!,
lo lastimarán como a todos”. El cerebro era inteligente y desconfiado; el
corazón era amable y simpático. Lo cierto es que para que el amor logre
existir, el cerebro tiene que aceptar las imágenes que el corazón le transmite.
Pero este cerebro no las aceptaba, era rebelde más que cualquier otro y odiaba
todo lo relacionado con el amor. No les miento si incluso les digo que también
le caían mal algunos cerebros amigos suyos por mostrarse débiles en algunas
ocasiones.(Para que puedan entender esta metáfora tengo que ser más claro en mi
narración, por lo que explicaré detalladamente el control del mecanismo humano
con respecto a los sentimientos y la inteligencia).
Quienes
controlan el cuerpo son el corazón y el cerebro. Cuando un corazón se fija en
otro nuestro cuerpo se mueve por impulso, la fuerza de atracción es tan grande
que pareciera que nuestro cuerpo tuviera vida propia. El cerebro, inteligente y
perspicaz, evalúa al corazón que su amigo/a ha elegido y hay posibilidades que
lo acepte tras largas reflexiones. En la mayoría de los casos el corazón es
aceptado y el cerebro termina confianzudo también. Ésa era la actitud que
odiaba el cerebro de Ricardo. “El cerebro no puede mostrar debilidad, que los
corazones lo hagan”, así pensaba el cerebro de Ricardo. Él jamás aceptaría que
el corazón se enamorara de ella.
Ricardo
y Eliza salieron muchas veces juntos luego de que al día siguiente se vieran.
Pues fue tan divertido para ella y habían hablado tan emocionadamente que, el
corazón de ella, reaccionó también al notar la importancia de su presencia. Ya
ella lo había aceptado, sólo faltaba que él diera el paso.
El
cerebro estaba harto de ella, aquella niña caprichosa y tonta, arrogante y loca
que se reía de todo. Estaba cansado de verla, siempre que Ricardo pensaba en
ella su imagen aparecía.
El
cerebro de Ricardo, que tenía cuatro amigos, obviamente cerebros, y que eran
fuertes al igual que él, no habían cedido ante cualquier abrupto. Pero sucedió
que un día fue cayendo uno a uno hasta que se quedó solo. ¿Por qué se quedó
solo? ¿Él también caería? ¿De qué tenía miedo? ¿Pensaba que no llegarían a la
luna, que no volarían la nave, que se quedarían por siempre en el espacio?. Lo
cierto es que él ahora estaba solo, todos cayeron. Todos se fueron. ¿Quién
sería el representante de los cerebros? ¿Quién sería el representante de los
corazones?
El
cerebro de Ricardo empezó a observar y a reflexionar en la conducta de sus
amigos caídos, observó cómo se enamoraron, anduvo tanto tiempo con ellos que
empezó a estudiarlos para no imitar la misma conducta, para no seguir los
mismos deseos que sus compañeros. “¿Qué tendrán las mujeres para que todos
caigan en sus encantos?”,.—pensaba el cerebro. Pero resulta que reflexionó
tanto en ella, la estudio tanto, que no logró evitar pensar en su cerebro, en
el cerebro de la chica. Quizá su libro favorito era también el mismo que el de
él. Ya el cerebro empezó a aceptar al cerebro. Cuando eso pasa el cerebro no
creerá que la otra persona es tonta. Pero ése no es este caso. No estoy
hablando de cualquier cerebro ni de cualquier corazón. Estos no podrían aceptarlo
fácilmente, pues sólo ellos quedaban, ellos eran los representantes. Si se
entregaban quiénes representarían su mundo.
Duraron
mucho tiempo antes que ambos cedieran, pasaron los momentos más felices de su
vida en una de sus partes más cortas. ¿Por qué no había sucedido antes?, ¿por
qué no se habían conocido antes?, ¿por qué no se habían enamorado antes?.
Cuando un corazón y un cerebro acepta a otro corazón y a otro cerebro suceden
cosas sorprendentes. El cerebro que no sabe amar, por ejemplo, el de Ricardo,
terminará enamorándose gracias al aprendizaje adquirido tras el ejemplo de sus
compañeros. Y su representante será el amor.
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