domingo, 20 de mayo de 2018

Teorías del Aprendizaje, desde el cuento : Aprendiendo a ser corazón, escrito por : Wuilson E. Martínez B. estudiante de Lengua y Literatura, sección 701 UPEL-IPMAR


REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA
UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA EXPERIMENTAL LIBERTADORINSTITUTO PEDAGÓGICO “RAFAEL ALBERTO ESCOBAR LARA”
CÁTEDRA: PSICOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN
Aprendiendo a ser corazón.
En un remoto pueblo desconocido hubo una vez un cerebro que aprendió a ser corazón. La historia dicta así:
Ricardo, el único hijo del carpintero de aquel pueblo, soñaba con visitar la luna. Creía en los sueños como muchos creen, pero no conservaba esperanzas, no las necesitaba porque nunca había pasado por una decepción, aún no había perdido los atisbos del sueño principal que la realidad te arranca cuando los refuta. Todo comenzó, cuando por casualidad, gracias a uno de sus amigos cercanos, cayó en las palmas de éste, un libro de Julio Verne titulado De la terre a la lune (de la tierra a la luna en el español). Aquel libro constituyó para él más que un ocio, pues lo había releído tantas veces que la palabra enésimo/a podía ser fácilmente un adjetivo indefinido de muy poca envergadura. Lo cierto es que se convirtió en un soñador. Soñaba con visitar los planetas y hablar idiomas, porque aunque la pronunciación de su francés era pésima, sus ganas de hablarlo cuando lo leía con fluidez no paraba de sorprenderlo. Fue así como se convirtió en soñador.
Lo leyó tantas veces que aquel, el hijo del carpintero, le nació en su alma un día el don de la palabra. No se había olvidado de su sueño de viajar a la luna , pues si Julio Verne pudo hacerlo —¿Por qué yo no?, se decía —. Sin embargo, resulta que la vida hace que a veces no puedas viajar, pues te cansa los pies de tanto caminar, y te llena de tanto apetito que, cuando te das cuenta, terminas volviéndote gordo y abandonando tus sueños. Mas éste no era el caso de él. Sucedió que un día el don de la palabra lo sorprendió. El hijo del carpintero que estudiaba Literatura en una universidad local fue un día después de salir de clase a la biblioteca del pueblo para consultar algunos volúmenes que eran de su interés. Para llegar a ella hay que atravesar un camino semi-angosto, el paisaje es simple pero hermoso, a cada lado del camino hay un conjunto de árboles y bancos. Resulta que mientras él iba caminando, pensando en los volúmenes que retiraría de la biblioteca (si los encontraba), vio a alguien que leía a lo lejos bajo la sombra de un árbol en uno de los bancos, no obstante sólo la vio como quien mira a un transeúnte, sin fijarse mucho en él. Mas cuando estaba pasando cerca del banquillo donde se encontraba la persona que leía tranquilamente, por pura casualidad volteó para leer el título de la obra que ella estaba leyendo. Para su sorpresa se trataba de su libro favorito que con tanta memoria se sabía, inconscientemente decide hablarle a la chica mientras iba de paso, por lo que se detuvo frente a ella:
—Conque de La Tierra a La Luna, ¡eh!, ¿te gustan las obras de Julio Verne?. La chica ni se inmutó, permanecía impertérrita y concentrada leyendo la obra del escritor francés, no levantó la vista sino hasta que hubo sentido que de pronto de ella se suscitara una respuesta. Fue así como se percató de que una figura estaba a la espera de ella pidiéndole algo.
—Disculpe—, dijo cuando levantó la vista, es que estoy tan concentrada que no sé qué me preguntó.
Su error fue verla, pues cuando la vio se olvidó hasta del personaje principal de la novela. Aquella chica emanaba tanta paz y profesaba tanta tranquilidad y ternura que su corazón no podía asimilar tal hecho, y en un período de tiempo tan corto como el que dura una onda sonora en ser covertida en impulso nervioso para convertirse en significado... Cayó rápidamente enamorado de ella.
— ¿Y?, ¿qué me preguntó?.—Le dijo mientras sonreía amablemente y hacía un gesto interrogante abriendo los brazos. El chico se despabiló y terminó disculpándose él por estar despistado.
—Disculpe usted por interrumpir su lectura, yo también me he distraído, le preguntaba si le gustaban las obras de Julio Verne. La chica puso un marca libros por la página en la que iba y le respondió:
—No me gustan, me encantan.
¿Por qué Ricardo no respondía? ¿qué le sucedía?, ¿por qué el hablar con una desconocida sobre su obra favorita lo volvía pusilánime?, ¿no había hablado antes de la obra con sus amigos y con muchas personas de las cuales no recordaba su rostro?, ¿que sucedía ahora? El chico, el hijo del carpintero, que no encontró más nada que decir, no le quedó más remedio que excusarse y decir que iba de paso. Aquella chica pensó “pero qué hombre más extraño, me interrumpe para preguntarme algo y luego se va." Cuando la chica iba a seguir leyendo, Ricardo se devuelve y le dice:
—Sé que es una grosería de mi parte, pero, ¿siempre lee usted aquí?
—Casi siempre, suelo venir aquí algunas veces en la tarde.
—¿Viene usted mañana?
—Supongo.
—Sé que le sonará un poco extraño, pero esa obra que está en sus manos es una de mis obras favoritas, ¿le gustaría que mañana habláramos de ella?. Sé que es grosero de mi parte perdirlo cuando no nos conocemos y ni siquiera me he presentado. Me llamo Ricardo.
—Mucho gusto, Ricardo. Soy Eliza.
Luego de haberse conocido, Ricardo se despidió de ella y se separaron ni siquiera esperó la respuesta de su pregunta. Éste no entendía por qué había actuado de esa forma, creía que era una locura. Igual, sin saber por qué, no le importaba, se sentía alegre (más de lo común) y albergaba esperanzas de que al día siguiente ella estuviera y que no le creyera loco.
Fue así como en su corazón nació un nuevo sentimiento, el sentimiento del amor. Dentro de él, de Ricardo, sin embargo, su cerebro se hallaba molesto. Su cerebro, que era frío, amargado y amante de la soledad, estaba que hervía de ira a causa de su homólogo el corazón, decía: “¡Pero qué corazón tan estúpido!, lo lastimarán como a todos”. El cerebro era inteligente y desconfiado; el corazón era amable y simpático. Lo cierto es que para que el amor logre existir, el cerebro tiene que aceptar las imágenes que el corazón le transmite. Pero este cerebro no las aceptaba, era rebelde más que cualquier otro y odiaba todo lo relacionado con el amor. No les miento si incluso les digo que también le caían mal algunos cerebros amigos suyos por mostrarse débiles en algunas ocasiones.(Para que puedan entender esta metáfora tengo que ser más claro en mi narración, por lo que explicaré detalladamente el control del mecanismo humano con respecto a los sentimientos y la inteligencia).
Quienes controlan el cuerpo son el corazón y el cerebro. Cuando un corazón se fija en otro nuestro cuerpo se mueve por impulso, la fuerza de atracción es tan grande que pareciera que nuestro cuerpo tuviera vida propia. El cerebro, inteligente y perspicaz, evalúa al corazón que su amigo/a ha elegido y hay posibilidades que lo acepte tras largas reflexiones. En la mayoría de los casos el corazón es aceptado y el cerebro termina confianzudo también. Ésa era la actitud que odiaba el cerebro de Ricardo. “El cerebro no puede mostrar debilidad, que los corazones lo hagan”, así pensaba el cerebro de Ricardo. Él jamás aceptaría que el corazón se enamorara de ella.
Ricardo y Eliza salieron muchas veces juntos luego de que al día siguiente se vieran. Pues fue tan divertido para ella y habían hablado tan emocionadamente que, el corazón de ella, reaccionó también al notar la importancia de su presencia. Ya ella lo había aceptado, sólo faltaba que él diera el paso.
El cerebro estaba harto de ella, aquella niña caprichosa y tonta, arrogante y loca que se reía de todo. Estaba cansado de verla, siempre que Ricardo pensaba en ella su imagen aparecía.
El cerebro de Ricardo, que tenía cuatro amigos, obviamente cerebros, y que eran fuertes al igual que él, no habían cedido ante cualquier abrupto. Pero sucedió que un día fue cayendo uno a uno hasta que se quedó solo. ¿Por qué se quedó solo? ¿Él también caería? ¿De qué tenía miedo? ¿Pensaba que no llegarían a la luna, que no volarían la nave, que se quedarían por siempre en el espacio?. Lo cierto es que él ahora estaba solo, todos cayeron. Todos se fueron. ¿Quién sería el representante de los cerebros? ¿Quién sería el representante de los corazones?
El cerebro de Ricardo empezó a observar y a reflexionar en la conducta de sus amigos caídos, observó cómo se enamoraron, anduvo tanto tiempo con ellos que empezó a estudiarlos para no imitar la misma conducta, para no seguir los mismos deseos que sus compañeros. “¿Qué tendrán las mujeres para que todos caigan en sus encantos?”,.—pensaba el cerebro. Pero resulta que reflexionó tanto en ella, la estudio tanto, que no logró evitar pensar en su cerebro, en el cerebro de la chica. Quizá su libro favorito era también el mismo que el de él. Ya el cerebro empezó a aceptar al cerebro. Cuando eso pasa el cerebro no creerá que la otra persona es tonta. Pero ése no es este caso. No estoy hablando de cualquier cerebro ni de cualquier corazón. Estos no podrían aceptarlo fácilmente, pues sólo ellos quedaban, ellos eran los representantes. Si se entregaban quiénes representarían su mundo.
Duraron mucho tiempo antes que ambos cedieran, pasaron los momentos más felices de su vida en una de sus partes más cortas. ¿Por qué no había sucedido antes?, ¿por qué no se habían conocido antes?, ¿por qué no se habían enamorado antes?. Cuando un corazón y un cerebro acepta a otro corazón y a otro cerebro suceden cosas sorprendentes. El cerebro que no sabe amar, por ejemplo, el de Ricardo, terminará enamorándose gracias al aprendizaje adquirido tras el ejemplo de sus compañeros. Y su representante será el amor.



Enfoque Conductista, desde el cuento: Diego y las galletas. Autor: Alexander Estrella, estudiante de Lengua y literatura, sección 701 de la UPEL-IPMAR




Estudiantes de Psicología de la Educación de la especialidad de Cs Sociales, Geografía e Historia.Enfoque Humanista.